Un instante creo que estoy viva,
es entonces cuando una mujer se mezcla con cada deseo siempre muerto.
Cae como pluma una bala dentro del agujero de mis heridas.
Se anida, se recuerda el momento estrepitozo y no duele,
una colilla más en mi cenicero sin fondo.
Una mujer nueva, una añoranza de algo que nunca existió, ni existirá;
Sonó la alarma y el agua apagó el fuego que incendio de las paredes color vino tinto,
ahora suplican por una gota de sangre que se deslice sobre el terciopelo que ya no existe tampoco.
Dicen que todo ha sido un sueño y no es verdad,
la realidad se concentra en una dosis de cianuro que no mata, corroe lo incorrosible.
El tiempo constata que los huesos han crecido y algo ha cambiado,
la realidad que alguna vez pareció ser lustrosa tiene sus colores desgastados,
mis dientes ya son opacos, pardos por cada rastro de humo
del el cigarrillo que ansío a cada instante,
así como mi cuerpo, mis tetas, mi piernas, mi vagina y mi culo
se ha manchado con el roce de lenguas, dedos, y objetos que me follan
para saciarme de un placer que ansío y del que me declaro adicta,
ese fugaz climax que dura menos que lo que cuesta imaginarlo
y que nunca tiene un rostro.
Pido que no se me desprenda de este laberinto de oximorones que me agobia.
El odio se cocina lento en mi sangre.
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